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Frente a Trump, ¿qué?

26 Enero 2017

Frente a Trump, ¿qué?

Autor: 
Alberto Serdán

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) cimentó la noción de que México se integraría a Estados Unidos y Canadá a través de un apetitoso intercambio de mercancías bajo el principio de que los tres países actuarían como socios al delinear su futuro.

Ese sueño lo ha derrumbado Trump y la coalición que lo hizo presidente. El mensaje ha sido claro: no habrá igualdad de trato y no somos socios. Así no vale negociación alguna. México debe levantarse de la mesa ya. El asunto va más allá de lo comercial y lo económico. Lo que está haciendo Trump es encabezar desde la presidencia una guerra cultural que ha venido incubándose en la sociedad estadounidense: la de definir la identidad mexicana como la de un grupo étnico inferior y desechable.

Así de simple y así de trágico. La “amenaza” hispana rompe la hegemonía blanca y protestante de Estados Unidos al crecer su influencia demográfica y al ocupar puestos de poder que definen los cursos de la política pública estadounidense. Bajo esta óptica, las visiones multiculturales e incluyentes deben ser vencidas y los mexicanos estigmatizados como los responsables de la ruptura de la ruta de prosperidad y grandeza del grupo étnico hegemónico que ha sido desplazado.

Estados Unidos (como la historia de la humanidad misma) tiene una larga tradición de guerras culturales. Judíos, afroamericanos, mujeres, homosexuales, italianos, irlandeses, japoneses, por citar algunos grupos, han tenido que luchar para obtener un lugar dentro de la estructura social del vecino del norte. Algunos han tenido más o menos éxito.

Ahora es el turno de los hispanos y, en particular, de los mexicanos. Bajo esta premisa, Trump y su coalición victoriosa de las elecciones de noviembre de 2016 no pretende celebrar negociaciones comerciales en condiciones de igualdad ni en calidad de “socios” como fue la promesa del TLCAN. Simplemente quieren establecer su supremacía y consolidar su hegemonía cultural para mantener el poder.

¿Qué hacer?

De entrada, reconocer que no existen condiciones para que México negocie siquiera una coma con Estados Unidos en este momento. En el juego de póker que tienen Trump y su equipo con nuestro país, su propósito es sangrar las fichas mexicanas de una forma lenta y consistente. Saben que México tiene mal juego y una buena carta como el TLCAN que, por defenderla, puede hacer que perdamos todo.

En todo caso, México debe fortalecer su posición negociadora. Por tal razón, México debe dejar que Estados Unidos se vaya del TLCAN y que ellos asuman los costos políticos que impliquen y, en todo caso, haga que las relaciones entre ambos países se acojan a las reglas de la Organización Mundial de Comercio. De esta manera el intercambio de mercancías seguiría con aranceles relativamente bajos en virtud de que México califica como “Nación más favorecida”.

Si el gobierno de Trump no quiere respetar estas reglas, las negociaciones no serían exclusivas con México (más aun con el abandono canadiense) sino con el resto de las 163 naciones que integran la OMC elevando el costo a un gobierno de Trump que, por ahora, tiene un tiempo limitado a cuatro años en el poder. Las renegociaciones en este contexto se comerían ese tiempo valioso.

Asimismo, dada la postura del gobierno estadounidense de no asumir corresponsabilidad en la relación bilateral ni privilegiar la igualdad de trato, México debe abandonar la estrategia antidroga impuesta por ese país. Con el anuncio de Trump para recortar los fondos de ayuda hacia México es práctica la sepultura de la Iniciativa Mérida. Debería ser la tumba también de la política prohibicionista, de la permisividad en el flujo de armas, así como de la estrategia de guerra que México ha seguido en aras de mantener la sociedad con el gobierno de Estados Unidos.

Ante la amenaza hacia nuestros connacionales en territorio estadounidense, México debe multiplicar ya los recursos para la red consular y prepararse para litigar de forma masiva en apoyo a los migrantes, proteger sus remesas y en contra de las políticas de Trump. Igualmente debe ser firme en el rechazo a la construcción misma del muro (no solo de su pago) y combatirlo por todos los medios políticos, legales, mediáticos, económicos a su alcance. Además de tratarse de un asunto humanitario, está de por medio la definición de la identidad mexicana frente a Estados Unidos.

En esa defensa, México no debe escatimar herramientas. Por ejemplo, en cuanto presente sus cartas credenciales, México debe llamar a consultas a su embajador al tiempo de articular formalmente la defensa diplomática a través de las alianzas con los gobiernos de otros países. Además, México debe promover activamente la articulación de grupos mexicanos con organizaciones en Estados Unidos, particularmente grupos que han vivido las guerras culturales como las mujeres, afroamericanos, migrantes, así como vigorizar las relaciones entre legisladores, cámaras, la academia y los medios.

En suma, se trata de establecer una diplomacia cívica que vaya más allá del margen de maniobra de los gobiernos y que avance en las posiciones de litigio, cabildeo y definición de políticas. En este contexto, es claro que Estados Unidos abandonará, y por tanto no obstaculizará mientras no sea un mandato para ellos, a la arquitectura internacional de la defensa de los derechos humanos –tanto civiles y políticos, como económicos, sociales, culturales y ambientales.

La diplomacia mexicana tiene un lugar ganado a pulso en el impulso de tratados e instituciones en este ámbito. Debe aprovechar el vacío para avanzar en agendas que permitan a México mejorar su defensa frente a Estados Unidos al tiempo de privilegiar los intereses nacionales y del mundo con el cobijo de la cooperación internacional. Por su parte, México debe aprender de los procesos de integración de grupos como los italianos o los irlandeses que, en su tiempo, vivieron el rechazo de la sociedad estadounidense.

En ese sentido, México debe profundizar deliberadamente su huella cultural en las diferentes arenas como Hollywood y los medios, la música, el deporte, la gastronomía, la arquitectura, las artes plásticas y escénicas, etcétera. El propósito es normalizar la presencia de los mexicanos en la vida cultural estadounidense tal y como lo consiguieron irlandeses e italianos.

Adentro de nuestro territorio, México debe articular una hoja de ruta para impulsar una política industrial que le permita disminuir su dependencia de Estados Unidos en todos los frentes. Particularmente, México debe facilitar la logística para la distribución de productos tanto al interior del país como con el exterior.

El campo, por ejemplo, se beneficiaría de la mejora en los canales de almacenamiento y distribución. La industria mejoraría con la ampliación de la infraestructura portuaria y ferroviaria. Las cadenas productivas, de una adecuada planeación como lo fue el impulso a la industria automotriz en los años 70 o recientemente las industrias aeronáutica y de tecnologías.

La educación es fundamental para esto. Finalmente, México debe arreglar la casa: sin autoridad moral ni legitimidad política no puede negociarse y buscar alianzas. Si se quiere igualdad de trato con Estados Unidos, es menester poner fin a la desigualdad al interior de nuestro país. Si no se quieren muros en la frontera, son inaceptables los muros internos que se han construido en la sociedad mexicana.

Si se quiere que el grupo hegemónico de Trump no estigmatice a los mexicanos, debe ponerse fin a la discriminación dentro de México. Si se quiere respeto a los derechos humanos, nuestro gobierno debe abstenerse de socavarlos. Y si eso implica un esfuerzo fiscal de la sociedad, las élites deben estar dispuestas a renunciar a privilegios indebidos. A su vez, la agenda anticorrupción y de combate a la impunidad no puede postergarse más.

La caracterización de los mexicanos como “delincuentes”, “violadores”, “asesinos” y “corruptos” tiene como asideros las deficiencias institucionales y de control político horizontal y vertical en nuestro país. La agresividad del gobierno de Trump debe hacernos ver de una vez y por todas que los pactos de impunidad nos dejan en absoluta vulnerabilidad.

Ni cabe duda que México se enfrenta al mayor reto de nuestra generación. Tenemos tarea y hay que darle. Pero que tampoco quede duda, el gobierno de Peña Nieto no está a la altura. Su margen de maniobra es muy limitado y ha dado muestras fehacientes de su vulnerabilidad e incompetencia. Su respaldo popular está sumamente menguado. No hay tiempo para perder. Deberían saberlo, renunciar a su soberbia y actuar en consecuencia. Nunca es tarde para rectificar.