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Violentadas

3 Junio 2016

Violentadas

Autor: 
Sonia M. Frías

Violencia. Esa palabra resuena (desafortunamente) en nuestros oídos a diario. Violencia hacia los niños/as, violencia del crimen organizado, violencia política, violencia simbólica, violencia institucional, violencia de género, violencia contra las mujeres? así podría seguir como si fuera Bubba en Forrest Gump, enumerando las distintas recetas que se pueden preparar con camarones. Pero? ¿Mujeres? ¿Violencia hacia las mujeres? ¿Qué tienen en particular sus experiencias? ¿No será que unas viejas chismosas no tienen nada mejor que hacer que llamar la atención sobre la situación que viven sus congéneres planteándola como algo distinto a la que viven los varones?

No toda la violencia hacia las mujeres es violencia de género. La violencia de género consiste en cualquier acto que provoque algún tipo de daño a otra persona, que se realice en contra de la voluntad de ésta, y que esté ?originado en las desigualdades de poder (género), que explotan las distinciones entre hombres y mujeres. Aunque no se dirige exclusivamente contra las mujeres y las niñas, la violencia de género las afecta principalmente a ellas en todas las culturas? (Ward, 2002; Castro y Casique, 2010).
Algunas formas de violencia hacia las mujeres están asociadas al sexismo y/o al deseo de dominarlas. Éste es el caso, por ejemplo, de la violación, acoso sexual, tráfico de mujeres, esterilización en contra de la voluntad, imposición de métodos anticonceptivos, feminicidio, gran parte de la violencia de pareja y abortos selectivos en función del sexo. Las teorías feministas pueden explicar estas formas de violencia al estar influidas por la construcción social del ser hombre y mujer en nuestra sociedad, que se manifiesta en la estratificación de género y en la diferenciación de roles de género. Sin embargo, otras formas de violencia hacia las mujeres no tienen que ver ?o al menos no directamente? con esta diferencia socialmente construida entre hombres y mujeres, es el caso de los delitos contra la propiedad, secuestros y extorsiones, sólo por mencionar algunos (Russo y Pirlott, 2006).
Dicho tipo de victimizaciones se pueden explicar mejor a partir de teorías criminológicas y de victimización en las que el género aparece como un factor que puede incrementar la vulnerabilidad.
La violencia de género hacia las mujeres tiene distintas caras o distintas expresiones sutiles de control (como el lenguaje sexista o la discriminación por embarazo), hasta formas más explícitas (como la violación o el feminicidio). Las personas suelen clasificar la violencia según su severidad, lo cual les lleva a normalizar y condonar las formas menos severas de violencia y exclusión. Sin embargo, dentro de este continuo, la normalización de las formas menores de violencia en contra de las mujeres colabora a perpetuar la violencia hacia ellas.
Centrarme en la violencia de género hacia las mujeres no implica que los hombres no padezcan algunas expresiones de violencia de género, como pueden ser a las que se enfrentan gays y travestis en el espacio público o en sus hogares. Tampoco implica que no la ejerzamos hacia ellos. En el caso de México, por cada asesinato de un hombre registrado durante 2015 en el que hubo violencia familiar se registraron 8.6 de mujeres.1 También se ha documentado, por ejemplo, que los hombres padecen acoso y hostigamiento sexual en el empleo, en el ámbito educativo (Frías, 2013a; Salinas Rodríguez y Espinosa Sierra, 2013) y violencia física de pareja (Frías, en prensa).
Pero todo lo anterior en menor medida que las mujeres. Hay evidencia, sin embargo, de que el género moldea que un mismo acto sea interpretado como violencia o no, así como el significado atribuido y la reacción ante el mismo (Frías, 2013a). Los actos de violencia hacia los hombres por parte de las mujeres pueden explicarse a partir de distintos factores de carácter biológico, individual, relacional, pero no a partir de desigualdades de poder socialmente construidas que favorezcan estructural e ideológicamente a las mujeres.
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y sus homólogas en las entidades federativas han permitido delinear los distintos contextos en los que se presenta la violencia de género hacia las mujeres (familiar, pareja, educativo, laboral, institucional y comunitario) e identificar las distintas expresiones de la misma (física, sexual, emocional/psicológica/control, patrimonial/económica, obstétrica y feminicida).
Pero, ¿es tan grande el problema de la violencia de género hacia las mujeres como para preocuparnos? ¿No será que unos/as cuántos/as están magnificando el problema? Los datos oficiales disponibles sobre violencia hacia las mujeres sólo refleja la punta del iceberg ya que representan aquellos casos en que las mujeres han padecido alguna forma de violencia, han ido a buscar ayuda a alguna institución pública, las han atendido y han registrado su caso. Por ejemplo, los datos que ofrecen las procuradurías y fiscalías estatales de justicia ?las instituciónes a las que en mayor medida tienden a acudir las víctimas de violencia de pareja y violencia sexual no de pareja (Frías, 2012, 2013b)? tienen numerosos problemas de subregistro (Ríos, 2013). Esta información, además, tiende a no estar desagregada por sexo ni por todos los tipos de delito.
Las encuestas, por su parte, muestran datos más cercanos a la realidad ya que no tienen los problemas de autoselección de los que adolecen los registros administrativos. En México contamos con diversas encuestas generales que miden victimización y encuestas centradas en alguna o varias manifestaciones de violencia hacia las mujeres. Aunque las primeras tienden a subregistrar el fenómeno (Bachman, 2000; Koss, 1996; Schwartz, 2000), ambas permiten aproximarnos de alguna forma al fenómeno de la violencia de género hacia las mujeres. Digo aproximarnos porque no se puede estimar la verdadera magnitud del problema ya que ambos tipos de encuestas presentan al menos cuatro problemas: a) tienden a no abordar la multiplicidad de expresiones de violencia hacia las mujeres en distintos ámbitos; b) muchas no son representativas de todas las mujeres; c) las definiciones conceptuales y operativas tienden a no coincidir; d) consideran las distintas formas de violencia como eventos separados e independientes en lugar de conceptualizarlas como diversas manifestaciones que varían dependiendo del contexto en el que se presenten (Koss et al., 1994).

Una de las fuentes de datos más completa es la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH). La última se realizó en 2011. A pesar de las limitaciones, los datos sobre la magnitud de la violencia de género hacia las mujeres que presenta esta encuesta son contundentes. Voy a presentarlos utilizando estimaciones poblacionales en lugar de porcentajes porque a veces pareciera que éstos quedan en el plano de lo abstracto. Sólo por parte de nuestra pareja alrededor de cuatro millones 600 mil mujeres en México fuimos objeto de violencia sexual, control o violencia física durante 2011?cifra equivalente al número de mujeres y niñas residentes en el Distrito Federal en 2010. Más concretamente:
? Más de un millón 300 mil mujeres en México padecieron violencia física.
? 830 mil, violencia sexual.
? Cuatro millones 200 mil, control coercitivo.
2 Por personas distintas a la pareja (compañeros de trabajo, superiores jerárquicos en el trabajo, compañeros de escuela, autoridades escolares, amigos, conocidos, familiares, vecinos, autoridades públicas y desconocidos) durante 2011:
? Más de dos millones 600 mil mujeres fuimos objeto de abuso sexual (equivalente a toda la población de Sonora). Es decir, hemos sido toqueteadas, violadas, hemos tenido miedo de ser atacadas o abusadas sexualmente, hemos recibido insinuaciones no deseadas, hemos presenciado algún acto exhibicionista o algún tipo de acto sexual en el ámbito público, laboral, educativo o familiar.
? Alrededor de cuatro millones 200 mil mujeres recibimos piropos o frases de carácter sexual que nos hicieron sentir mal. En el otro extremo del continuo de violencia, las mujeres también padecemos formas de discriminación que buscan excluirnos de determinadas posiciones sociales (ver la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Violencia hacia la Mujer). Aproximadamente:
? A 7.8% de las mujeres asalariadas nos han solicitado una prueba de embarazo durante 2011 (más de un millón de mujeres).
? A casi tres millones de mujeres (23% de las empleadas por cuenta ajena) nos han pagado menos que a un hombre que realiza las mismas actividades en el trabajo, hemos tenido menos oportunidades de ser ascendidas, y/o hemos recibido menos prestaciones.
De las formas de violencia y discriminación a las que me he referido se desprende que aproximadamente 11 millones y medio de mujeres en México hemos padecido al menos un evento de violencia durante 2011.
Muchas hemos padecido el mismo en más de una ocasión o diversos en varias ocasiones.
3 Esta cifra sería mucho mayor si incluimos a las mujeres que han padecido violencia institucional, es decir, esas manifestaciones de violencia que por acción u omisión ejerce el Estado al reproducir, en su quehacer, procedimientos y productos, la desigualdad de género imperante en la sociedad (Connell, 1990; MacKinnon, 1989).
Podemos pensar en las mujeres a quienes nos han colocado un dispositivo intrauterino en contra de nuestra voluntad, las que hemos sido esterilizadas sin nuestro consentimiento o que hemos recibido malos tratos en las salas de parto (Castro y Erviti, 2003; Frías, 2012), en las que aun peligrando nuestra vida no hemos recibido órdenes de protección (Observatorio Nacional Ciudadano del Feminicidio y Católicas por el Derecho a Decidir, 2013), y en las que después de una violación no hemos tenido acceso a anticoncepción y tratamiento para infecciones de transmisión sexual (Observatorio Nacional Ciudadano del Feminicidio, 2012).
No puedo ofrecer cifras sobre la magnitud de estas expresiones de violencia ya que no contamos con datos representativos y confiables. Estar expuesto a una forma de violencia invariablemente incrementa el riesgo de padecer otra forma de violencia o victimización (Frías y Castro, 2011; Frías y Erviti, 2014). En cuadro 1 se muestra que 14% de las mujeres mexicanas unidas en relaciones amorosas y aquellas que lo estuvieron en alguna ocasión, padecieron violencia física, sexual o control coercitivo por parte de su pareja o ex pareja durante el último año.
De éstas, 24% estuvo expuesta a algún tipo de violencia sexual. En cambio, sólo 9% de las que no padecieron esas formas de violencia de pareja sufrieron algún tipo de violencia sexual en el ámbito laboral, educativo, familiar o comunitario.
Estamos entonces ante un problema público: el problema público y social de las violencias de género contra las mujeres. Hablo de violencias porque las padecemos de forma concurrente y a lo largo de nuestra vida.

Las violencias de género hacia las mujeres también están relacionadas con otras formas de victimización no tan asociadas al género como pueden ser los delitos contra la propiedad, amenazas y extorsiones. Por ejemplo, análisis propios del módulo de jóvenes de la Encuesta sobre Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia 2014 (ECOPRED) muestran que las adolescentes y mujeres jóvenes entre 12 y 29 años padecen en mayor medida tocamientos y abuso sexual que los jóvenes de esas mismas edades.
Concretamente, se estima que 7.1% de ellas (entre 316 y 349 mil) fue objeto de tocamientos durante 2014 y que 2.1% (entre 87 y 106 mil) padeció abuso sexual.
El cuadro 2 muestra que aquellas niñas y jóvenes que han padecido una forma de victimización de género tienen mayor probabilidad de padecer victimizaciones no de género (y viceversa). Por ejemplo, aquellas que tuvieron algún tipo de encuentro sexual indeseado tienen una probabilidad 2.4 veces mayor de haber padecido un robo sin violencia, robo con violencia (2.2 veces mayor), y haber sido objeto de bullying (4.5 veces mayor). De forma similar, haber sido objeto de tocamientos no deseados incrementa en más de 400% el riesgo relativo de ser objeto de amenazas, y en 150% de haber padecido un robo violento.
Esto sugiere que estas formas de violencia de género y victimización pueden producirse en contextos semejantes, y que los factores de vulnerabilidad pueden estar interrelacionados.

 
Dos conclusiones emergen de estos datos. Primero, las intervenciones de los poderes públicos encaminadas a prevenir y atender la violencia deben tener en cuenta que los contextos en los que se produce la violencia de género y no de género son parecidos, así como también pueden serlo los factores de vulnerabilidad.
Segundo, las violencias de género están interconectadas y deben conceptualizarse de forma comprehensiva. Conceptualizar el fenómeno de las violencias de género de forma fragmentada genera una competencia entre problemas sociales que pueden llevarnos a plantear si la violencia de pareja es más o menos importante que el feminicidio o si el acoso sexual en el transporte es más o menos relevante que la violación.
Estos planteamientos son inadecuados ya que las distintas manifestaciones de violencia de género hacia las mujeres forman parte de un mismo problema social que se distribuye en forma de continuo y que tiene un origen común: la desigualdad socialmente construida entre hombres y mujeres.
4 Es decir, estudiar y abordar de forma separada la problemática del feminicidio, la violencia de pareja, el acoso sexual en la calle, el hostigamiento sexual y la violencia institucional, por mencionar algunas, puede generar una pugna por establecer cuál es el problema (de violencia) más relevante, así como tensiones por la distribución de recursos. Aunque los hombres también padecen violencia en distintos contextos, a lo largo de toda nuestra trayectoria de vida, las mujeres continuamos siendo la mayoría de las víctimas de violencia de género ya que en el ámbito público, privado e institucional padecemos situaciones que nos excluyen, discriminan y violentan debido a las desigualdades de poder socialmente establecidas entre hombres y mujeres y que se reproducen en las instituciones sociales.